Al menos una vez en la vida, cada uno de nosotros ha sentido la necesidad de vencer la somnolencia matinal o el sopor nocturno. Para animarnos, solemos recurrir a un vaso de té fuerte o a una taza de café aromatizado. Y todo ello gracias a la cafeína, una sustancia que contienen estas bebidas. Pero, ¿qué es esta sustancia y cómo afecta al organismo?

La cafeína es un alcaloide que se encuentra en las hojas de té (hasta un 4%), las semillas de café (hasta un 2%), las nueces de cola (hasta un 6%) y las semillas de cacao (hasta un 4%). Así pues, la cafeína está bastante extendida en la naturaleza. Sin embargo, para fines medicinales, la cafeína se obtiene más a menudo de forma sintética.

Desde un punto de vista médico, la cafeína es un estimulante psicomotor clásico. Puede activar el sistema nervioso, reducir la fatiga, aumentar la actividad mental y desterrar el sueño. Sin embargo, hay que recordar que la cafeína no aumenta la actividad física, sino que, por el contrario, la reduce.

El efecto excitador de la cafeína se debe a su capacidad para bloquear los receptores de adrenalina, que es un mediador inhibidor del sistema nervioso central. La cafeína reduce la sensibilidad de las células nerviosas a la adrenalina y, por tanto, tiene un efecto excitador indirecto. Sin embargo, la cafeína también es capaz de excitar directamente las células nerviosas al bloquear una enzima que restringe la transmisión de los impulsos nerviosos a la célula.

A principios del siglo XX, la cafeína se utilizaba en grandes dosis para inducir síntomas de enfermedad en los enfermos mentales. Junto con el sistema nervioso central, la cafeína afecta al sistema autónomo aumentando la frecuencia cardiaca, la secreción de jugos gástricos, la sudoración y la temperatura corporal. Sin embargo, la presión arterial no cambia porque la cafeína estimula tanto los vasodilatadores como los vasoconstrictores.